martes, 5 de abril de 2022

1. Historia del huerto

 LOS ORÍGENES DE LA AGRICULTURA


En la actualidad la creación de la agricultura se considera uno de los procesos más revolucionarios de la historia de la humanidad. Los humanos empezaron un proceso de asentamiento que cambiaría la forma de vivir y alimentarnos, transformaría los ecosistemas y territorios donde se desarrollaba la agricultura.


Sin la agricultura, nuestra especie humana podría haber sobrevivido sólo con algunos cientos de millones de personas repartidos por el mundo o, incluso, podría haberse extinguido.


Será en el neolítico cuando en distintos lugares empiezan a seleccionar y cultivar las primeras plantas silvestres para, con el paso de los años, seleccionar, conservar y domesticar aquellas variedades más favorables según los criterios del momento. Se cultivan actualmente variedades no domesticadas como las aromáticas junto con otras muy transformadas por la selección e intervención humana.


A lo largo de los siglos, la evolución de la agricultura dio paso a infinidad de variedades diferentes, adaptadas a los terrenos y condiciones climáticas del entorno, con sabores, texturas, colores y aromas infinitos. Esto ha contribuido a la riqueza cultural del pueblo que las producía y transmitiendo un legado intergeneracional de gran importancia para el conocimiento humano.


La creación de la agricultura fue un proceso largo porque requirió construcción colectiva de saberes, pero también porque fue un proceso cuidadoso, con mucha observación y experimentación de por medio, porque quienes hacían agricultura comprendían que su trabajo era producir comida hoy y en el futuro. Ahora sabemos que fueron las mujeres las que jugaron un papel central en esto.


LA CREACIÓN DE BIODIVERSIDAD

Con el desarrollo de la agricultura no sólo se domesticaron cientos o miles de especies, se creó una rica diversidad. Los humanos de todo el mundo fueron seleccionando y modificando cientos de miles de variedades de los distintos cultivos, logrando numerosas variedades dentro de las mismas especies. La transferencia tras la colonización de América supuso un gran aumento en las variedades de cultivos y desarrollo paralelo de los mismos en Europa. La diversidad de colores del maíz, del arroz, de las legumbres, patatas y tantos otros son una muestra simple de esa diversidad.


Como ejemplo de biodiversidad agrícola podemos hablar de las coles, que son una, a partir de las cuales la selección llevó a la coliflor, el repollo, las coles de Bruselas, el brócoli y el romanesco, cada uno con todas sus variedades. Hay trigos para invierno y otros para primavera. Más de 1.200 variedades de patatas, con temporadas de cultivo diferentes, formas y colores que hoy en día cuesta imaginar. Hay patatas redondas, alargadas, lisas, arrugadas, amarillas, rojas, moradas. Arroces que crecen inundados y otros sólo con la lluvia, con periodos de crecimiento que pueden variar de 80 a 280 días. Hay uvas, peras, manzanas, melones, naranjas, limones de distintos colores y distintos sabores. Hay calabazas de las más diversas formas y sabores, trigo para pan, trigo para hacer pasta, lechugas a las que se les come las hojas y otras a las que se les come el tallo. El maíz, las patatas y las judías viajaron de América a África y Europa, donde, principalmente las mujeres, desarrollaron variedades que con el tiempo serían autóctonas, distintas a las americanas. El trigo se repartió por el mundo y en cada continente hay variedades distintas y cada una de ellas con sus particularidades.


Sin lugar a dudas esa riqueza se encuentra hoy deteriorada y en peligro. La destrucción de la diversidad humana ha traído inevitablemente la destrucción de la diversidad agrícola. La FAO advierte que un 75% de las variedades cultivadas se ha perdido en los últimos 50 años, y esto es una pérdida irrecuperable de diversidad agrícola y por tanto de riqueza cultural para el ser humano.

EVOLUCIÓN DE LA HORTICULTURA

Como ya hemos apuntado antes, la domesticación fue un proceso lento y de gran observación. En Europa las primeras hortalizas cultivadas fueron ajos, cebollas, rábanos, melones y sandías. Más tarde y a medida que se iban domesticando se incorporarían otras muchas especies. Muchos siglos después, con las aportaciones de la agricultura precolombina de América llegaron a Europa tomates, patatas, calabazas y judías entre otras muchas.


El huerto ha sido desde siempre el sustento de la familia y a lo largo de los siglos se ha ido adaptando a las condiciones de cada región, a su clima, tipo de suelo, etc. Los horticultores han ido seleccionando sus propias semillas año tras año, eligiendo los mejores frutos con el fin de mejorar su calidad y producción, asegurando así su propia supervivencia.


El proceso de selección y cruzamiento de las distintas especies de cultivo se determinaba con distintos criterios en función a las características de los mismos. Entre ellos destacamos:


Dormancia o latencia de las semillas. La dormancia o latencia es el tiempo que permanece la semilla inactiva y fértil antes de darse las condiciones idóneas para germinar, asegurando que haya regeneración suficiente en el terreno, asegurando una reserva de nutrientes por si hay algún año especialmente malo. Por regla general, las semillas germinan cuando se las pone en la tierra. El hecho de que la dormitancia de una semilla sea corta o anual es muy útil para su cultivo. Existen otras, como los frutales, que las semillas cuentan con una protección extra para perdurar en el tiempo y es más difícil romper su ciclo para un cultivo programado. Por esto se cree que los primeros árboles frutales fueron reproducidos por estacas (fragmento de tallo con yemas (o esqueje) de consistencia leñosa que se separa de un árbol o de un arbusto y se introduce en el suelo o en un sustrato para que arraigue en él y forme una nueva planta) para evitar la latencia de las semillas y asegurar la producción. Entre los frutales más antiguos tenemos la viña, la higuera, el pistacho, todos ellos reproducidos por estaquillas. Unos 3 mil años atrás se comenzó con el estaquillado de los frutales y se intensificó su cultivo.


Diseminado sencillo. El que las semillas permanezcan unidas a la planta facilitará su cosecha y minimiza las pérdidas de las mismas. Esta cualidad es muy importante para cultivos como las legumbres y cereales.


Toxicidad y palatabilidad. Es esencial para la conservación de las especies agrícolas que estas no sean tóxicas para el ser humano, y que su sabor no sea amargo o astringente. Cultivos con estas cualidades tan poco útiles han sido domesticadas para lograr un sabor agradable y reducir la toxicidad de sus ancestros silvestres. Es el caso, por ejemplo, de la papa, del tomate, del espárrago, las almendras, y otras, que en su estado silvestre contenían niveles importantes de sustancias tóxicas y amargas. También se descubrió entonces que cocinando los alimentos disminuía su sabor amargo o se reducía la toxicidad (almendras). Sin embargo, también eran conocidas las propiedad medicinales o fitosanitarias de ciertos sabores amargos o tóxicos, por lo que estas plantas no fueron eliminadas y se conservaron aquellas más útiles.


El tamaño importa. Investigaciones arqueológicas han catalogado semillas mucho más pequeñas que las variedades domesticadas. Por esto podemos deducir que la selección de las mejores semillas para reproducción atendía al tamaño, probablemente asociado a una mayor productividad. En realidad, su mayor ventaja es que producen plantas de mayor vigor y tienden a presentar mejor germinación.


Variabilidad genética: un número significativo de las plantas domesticadas tiene su material genético aumentado. Las plantas y animales tenemos nuestro material genético organizado en “cromosomas” y tenemos normalmente dos copias de cada cromosoma. En el proceso de domesticación, mediante selección y cruzamientos, agricultoras y agricultores lograron que muchos cultivos adquirieran tres, cuatro y hasta ocho copias de cromosomas. Consiguiendo así que las plantas tomasen las características que se buscaban de ellas. Eso hizo que los cultivos fuesen más vigorosos, más productivos y más resistentes a plagas, enfermedades y condiciones ambientales poco favorables, con mejor palatabilidad.

Todos estos procesos han llevado también a que las plantas domesticadas dependan para crecer de los cuidados humanos, pero no todas dependen de igual manera. Con el paso del tiempo perfeccionaron las técnicas de cultivo a la vez que sacaban lo mejor del suelo, sin degradarlo. Lo mismo hacían con el agua, sin desperdiciar ni una sola gota. No podían permitirse errores, ya que el sustento de la familia estaba en juego.


Es fundamental por todo esto conservar el huerto doméstico como símbolo de tradición, intercambio, autosuficiencia y cooperación, es el vínculo que nos une con la tierra.

HUERTOS DE HOY

En la actualidad la huerta renace y vuelve a estar presente en nuestras ciudades en forma de huertos familiares, urbanos, comunitarios, de ocio, terapéuticos y educativos entre otros. La sociedad actual siente la necesidad de volver a establecer vínculos con la tierra y regresar a lo esencial. Un factor determinante en este resurgir ha sido el rechazo a los productos tratados con pesticidas que degradan el medio ambiente y enferman a la sociedad.


Es por tanto que se convierte en un espacio que deja paso a la creatividad, donde predomina la sencillez, un lugar donde disfrutar plenamente de nuestros potenciales físicos, psíquicos y emocionales. Es también un acto revolucionario frente a un sistema de agroproducción que no respeta la biodiversidad y manipula los mercados.


Es un seguro de salud física y emocional, por lo que es cada vez mayor el número de personas que se inician en la aventura de cultivar sus propios alimentos, convencidos de que otra alimentación es posible.

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